¿Alguien se imagina que para que lloviera las nubes tuvieran
que esconderse de la vista de todos y, sobre todo, del sol? Meterse detrás de una
puerta, huir sin rumbo en sus coches, pasear por donde no hubiese nadie más, …
esperar a que llegase la noche cuando todos duermen…
Como sólo podrá
llover hasta que salga el sol, las nubes saben que, a pesar de sus deseos de
diluvio, tienen el tiempo contado para hacerlo, porque ese sol no para de
acechar. Por eso, a veces, aprovechan y sueltan de repente todo su torrente
interior.
Seguro que tras el chaparrón se quedan relajadas por haber
conseguido liberar lo que llevaban dentro tras tanto tiempo de contención.
Seguro que se sienten mucho más ligeras por haber soltado aquello que cada vez
les pesaba más y más.
¡¡Pero qué ignorantes las pobres nubes!!. ¿Acaso no se dan cuenta de que una vez que dejen
caer todo lo que lo que las hace ser nubes acabarán de serlo y desparecerán?
Menos mal que el sol no les quita el ojo de encima y cortará
la lluvia cuando le plazca. Incluso conseguirá que parte del agua que ya
vaciaron vuelva a subir y las llene de nuevo.
Y es que las nubes,
aunque se empeñen en esconderse del sol, sin él no son nada.
Seguimos a tu lado.
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