lunes, 5 de abril de 2010

¿Por qué el blog en este momento?



Realmente siempre me he sentido muy atraído por todo tipo de novedades y, aunque me haya subido al carro de los “pioneros” en muchas de ellas, para otras quizá haya necesitado hacer saltar algún resorte que me empujara definitivamente a ello.

Ese empujoncito en este caso ha partido del master al que estoy dedicando mi tiempo en este año ¿sabático? (aunque creo que el término ‘sabático’ no obedece a ninguna obligatoriedad, sino que refleja absoluta voluntariedad, me permitiré utilizarlo incluso en mi caso); más concretamente de una de las asignaturas más relacionadas con los negocios y las ¿nuevas? (de nuevo una aclaración, porque la palabra que utilizo aplicada al concepto que la sigue quizá esté ya desfasada en el momento de leerla) tecnologías, que nos adentra en el “mundo de la intercomunicación global instantánea”.

Así de simple es la explicación del porqué de este blog ahora y no antes ni después. Por ese motivo las primeras entradas al mismo tratarán temas referentes a esas nuevas herramientas, esos nuevos puntos de encuentro virtuales, esas (estas) cada vez más concurridas redes sociales, …. Aunque quizá desde un principio las vaya intercalando con otro tipo de asuntos, si no fuese así, desde ya dejo claro que este blog nace con voluntad de permanencia y continuidad y pretende abarcar todos los ámbitos posibles.

Recuerdo que en todo momento mis opiniones aquí expuestas serán sólo eso: mis opiniones; que a su vez recogerán o discutirán otras opiniones de expertos en la materia que se trate en cada momento y, en la medida de lo posible, aportaré mis conclusiones (si las logro alcanzar) o mis interrogantes (quizá en la mayoría de los casos) que permitirán abrir debate o al menos mover ideas a quién se atreva a ello.

Pero antes de comenzar a profundizar en las materias comentadas, y para dejar clara conciencia de lo efímero que cada vez con más velocidad nos resulta nuestro tiempo, aquí dejo un artículo de Eduardo Galeano que un amigo me hizo llegar y que perfectamente me servirá para ilustrar ese paso del tiempo, de modas, de hábitos, …, de la vida,… cada vez a un mayor ritmo. Tengo que aclarar que algunas de las cosas que cita el señor Galeano yo no he llegado a vivirlas, pero la mayoría sí las he conocido aunque sea de voz de nuestros mayores. Aquí lo dejo:


“Me caí del mundo y no sé por dónde se entra. (Para mayores de 30)”
Eduardo Galeano, periodista y escritor Uruguayo

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas
por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o
achicarlo un poco.

No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en
la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos
para que los volvieran a ensuciar.
Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron
de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.
¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra
generación siempre le costó botar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y
así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.
¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me
distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que
lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el
equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la
computadora todas las navidades.

¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los
cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de
loza.
Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las
que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador tres
veces.

¡¡Nos están fastidiando! ! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se
gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que
cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más
basura.
El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la
historia de la humanidad.
El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa
no pasaba el que recogía la basura!!
¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de... años!
Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los
conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y
las que no estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.

Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se
quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es fácil para
un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir
para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'.Hay que
cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no, eres un arruinado. Así el
coche que tenés esté en buen estado . Y hay que vivir endeudado eternamente para
pagar el nuevo!!!! Pero por Dios.

Mi cabeza no resiste tanto.

Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por
semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la
dirección real.

Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma
casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron
para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas
podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.

Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían
servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso)
guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas
del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren
que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de
comprarlo?

¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven
desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los
manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para
todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos… . ¡¡Cómo guardábamos!!
¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para
qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el
barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al
terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una
tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo
guardábamos!

Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban
al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las
Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo
escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del
corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de
las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos
bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos
resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera
menos que un jazmín.

Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para todo:
para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los días de lluvia y
por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún
resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!

Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías
de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de
las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados
porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida
y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y los mazos
de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota
de espada que decía 'éste es un 4 de bastos'.

Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal.
Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para
convertirse otra vez en una pinza completa.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos.
Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de
servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos
dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero,
¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las
copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las
primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las
hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en
ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron
encontrarse con una botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que
preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo
los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad
son descartables.

Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo
para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va
tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a
decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy
a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus
funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas
que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo,
pegatina en el cabello y glamour.

Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si
mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como
parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo
soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja'
me gane de mano y sea yo el entregado.

Eduardo Galeano

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